Alas anunnakis

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sábado, 2 de marzo de 2024

REGRESO AL FUTURO

 

Qué hay de nuevo, viejo?, que diría el ínclito Bugs Bunny.

Tiempo, mucho tiempo hacía que no entraba en mi blog, ese pequeño reducto para mi particular solaz y desahogo que decidí aparcar, aun cuando temporalmente, en tanto permaneciese en mis ocupaciones de índole semipública. Consciente de que hoy día eres más “de lo que sea” por lo que escribes que por lo que eres o haces, y dado que mi lengua tiende a desatarse con más frecuencia de la deseada, decidí echar el ancla, pues me pareció barruntar, en un momento determinado –o mejor dicho, en más de uno- que cuando me entrevistaba con algún personaje para mí desconocido, generalmente, políticos, ellos sabían más de mí que yo de ellos, síntoma inequívoco de que los susodichos –o alguien a sus órdenes- habían husmeado previamente por la red con la insana intención de saber algo sobre el pelaje político, principalmente, de aquél con quien se las iba a ver frente a frente.

 No lo oculto: por aquellos tiempos mis tendencias políticas tenían tintes marcadamente levógiros, si bien es cierto que el infame Zapatero – sí, aquel embustero que nos prometió aquel acuerdo para follar que nunca se materializó, o del cual, al menos, yo nunca me enteré- se empeñó en empujarme hacia el lado contrario, y vive dios que al final lo consiguió. Si no del todo, al menos el imbécil de la ceja me hizo dudar sobre si estaba viendo y entendiendo la vida desde el lado correcto. Del resto ya se ha encargado “il divo”, su excelencia D.Pedro, lo peor de lo peor a este lado del Misisipi. A pesar de ello, una visita a mi blog, por aquellos tiempos, no debía ser plato de gusto para nadie de derechas. Y si no, que se lo pregunten a Aznarín de las Azores o a Marianico, el de la triste figura, protagonistas cuando no estrellas invitadas de muchos de mis torcidos renglones.

Ciertamente, corrían unos tiempos en los que los avatares políticos no eran en absoluto de mi agrado, de ahí que, estaba en lo cierto, más de un político de derechas me mirase desde el rabillo del ojo. Pero a pesar de ello, y a pesar de estar gobernando esa derecha supuestamente rancia, recalcitrante, conservadora, carca, y poco amiga de las libertades, lo cierto es que yo escribía lo que me daba la real gana. Y escrito se quedaba, manque a alguno no le gustase.

Pero llegó el año 2018, y me pilló con estos pelos y con mi blog amarrado como un burro a la puerta del baile.  Y con aquél, la modernización, el progreso y la libertad suprema a nuestras vidas de la mano de Don Pedro VI, el libertador, personajillo falaz y mentiroso donde los haya, de escasa talla académica y menor aún talla personal, que desembarcado en la política española de la mano de un puñado de eunucos, eunucas y eunuques- eso sí, todos inscritos, inscritas e inscrites- vinieron a descolocar todo aquello que el orden natural, la lógica, la historia, el sentido común y el ímprobo esfuerzo de nuestros antepasados – y de los antepasados de sus antepasados- habían conseguido colocar, permitiendo así que el mundo haya llegado hasta nuestros días. No sabemos, en cambio, visto lo visto, qué pasará de aquí en adelante…

Lo cierto es que, convencido de que ahora, transformados de la noche a la mañana en modernos y progres seres, cuan Gregor Samsa en cucaracha, era el momento de retomar mi blog sin que nadie me mirase de soslayo por decir lo que pienso y actuar en consecuencia de ello. La ocasión la pintaban calva, como la cabeza de algún que otro genio de pacotilla que yo me conozco.

Pero hete aquí que, regresando en el futuro hasta las primeras entradas de mi blog, con la confianza de que sus tan vetustas como obsoletas líneas e ilustraciones me indicarían el camino a seguir, me encuentro con que mi humilde rinconcito se ha debido ver envuelto en una sanguinaria batalla, con resultado de muerte. Ante mis ojos se presenta un desolador escenario, salpicado con los restos del fragor de una batalla que yo no he librado: Textos completos eliminados, imágenes machacadas, videos fulminados… todo ello repartido a lo largo y ancho de un inefable campo de batalla. Un espectáculo dantesco, oiga.

Pero… ¿qué puñetas ha pasado aquí? ¿Qué suerte de desdichas han sufrido tantas horas de pesquisas, de búsqueda de información, de su puesta en escena, de recuerdos de mis cuitas pasadas, que fueron tatuadas a fuego en el irreverente blog del presidente? ¿Cómo se puede ser tan cafre?

Pues ya lo dijo el infausto caballero Quijano: Cosas veredes, amigo Sancho. Y vive dios que las estoy viendo!.

Sí, mi querido feligrés: Iluso de mí, pensé que con el tan cacareado progresismo y “modernura”, mis comentarios y opiniones podrían ahora surcar los cielos del ciberespacio sin más limites que los de mi propia imaginación y sin más limitaciones que las impuestas por mi escasa cordura y mi también limitado intelecto, pero va a ser que no, que resulta ahora que mis cuatro chorradas pueden suponer un grave riesgo para la salud mental y el adecuado desarrollo y avance de una sociedad pijoprogre, y que por tanto, deben fulminadas, o cuanto menos, proscritas por ser fruto de mi perversidad y estulticia.

Fíjese usted que, cuando yo no era más que un adolescente que aún no había comenzado mis estudios universitarios en Sevilla, todavía con Franco vivito y coleando – aunque de esto último, más bien poco - comencé a ser consciente de que había “calles” por las que no se podía circular. Eran pocas estas calles, pero haberlas, las había. A esto, que no nos gustaba nada, le llamábamos censura. 50 años después, el panorama es radicalmente distinto: ahora, gracias a las políticas progresistas, sociales y medioambientales que han venido – me temo que para quedarse- de la mano de nuestros gurús globalistas, no tendremos nada, pero seremos felices. Y, sobre todo, y a diferencia de lo que pasaba con el tío Paco, ya no tenemos censura alguna, ahora podremos circular libremente por todas y cada una de las calles de nuestro excelso país. Eso sí: por favor, cuando circuléis, bajad la vista y mirad que, por vuestra seguridad y vuestro bien, nuestros amados lideres han ordenado que se dibujen unas flechas en el suelo, que os irán indicando cual debe ser en cada momento el sentido de vuestros pasos, insisto, siempre por y para vosotros, vosotras, vosotres, vosotris y vosotrus.

Sí, mis queridos compatriotas: ahora podréis circular por donde queráis… pero, sed conscientes de que la cosa tiene truco, y que, si seguís el jodido camino de las baldosas amarillas, hagáis lo que hagáis, elijáis el camino que elijáis, todos ellos os conducirán, indefectiblemente, al mismo punto. Porque, sabed y entended que, bajo el gobierno del emperador Pedro VI, todos los caminos conducen a Roma.

Le llaman libertad, progreso y democracia, pero no es más que adoctrinamiento, amancebamiento y demagogia. Cosas veredes, amigo Sancho, pero serás feliz.

To be continued… (si dios no lo remedia)

lunes, 29 de mayo de 2017

LA PARÁBOLA DE LAS VACAS



Erase un enorme y verde prado en el que vivían felices un centenar de hermosas vacas, todas ellas tan asombradas como agradecidas por el maravilloso trato y cuidados que recibían de los seres humanos: “Nos ayudan cuando nacemos, nos alimentan cuando tenemos hambre, nos sacan a pasear para mantenernos ágiles, nos ordeñan para aliviar la tensión de nuestras ubres, nos lavan cuando estamos sucias, nos curan si enfermamos, y llegado el momento, nos envían un camión que nos traslada a otro prado aún mejor, repleto de hermosos toros donde, además de encontrar a nuestras medias naranjas, nos ayudarán a parir y harán todo esto mismo con nuestra descendencia”, se decían entre ellas…..  

Un buen día, una de las vacas se acercó, azarosa, hasta donde pactaba un grupo de ellas, y exaltadamente les dijo: ¡¡¡Estamos todas equivocadas, los humanos no son lo que parecen, no son nuestros benefactores, sino unos seres abominables, pérfidos, crueles y asesinos!!!    ¡¡¡¡Y el camión que de vez en cuando recoge y traslada a algunas de nosotras, no nos conduce a un paradisíaco prado, repleto de bravos y apolíneos toros, sino a un lugar que llaman matadero donde nos disparan en la cabeza, nos cuelgan de un gancho hasta que nos desangramos, nos arrancan la piel, nos cortan a pedazos, y después… nos comen…!!!.
¡Tú eres una vaca loca, mentirosa y desagradecida!, le dijeron las otras vacas. ¿Cómo puede hablar así de los humanos, que tanto se preocupan por nosotras? ¡No mereces ni la vida!, arremetiendo contra ella y corneándola hasta matarla.
Todas las restantes vacas del rebaño apoyaron la acción adoptada por ese grupo de indignadas compañeras y continuaron felices hasta que, poco a poco, a todas les llegó el momento de ser subidas al camión y trasladadas a ese “paraíso prometido” con el que, aun a fecha de hoy y ajenas al destino que realmente les espera, siguen soñando todas ellas.

Moraleja: Mira más allá de tu alrededor, piensa por ti, pero escucha a todos, sospecha, lee lo que nadie lee y no des nada por errado o incierto hasta que no indagues lo suficiente sobre ello, porque quizás no te sientas atrapado no porque no lo estés, sino porque no hayas volado lo suficiente como para golpearte con los barrotes.   En definitiva…., no seas vaca.

viernes, 21 de abril de 2017

POLVO ERES…



Se dice y se cuenta (Génesis 2:7) que Dios creó al hombre a partir de un lodo primordial amasado a base  de polvo y agua. Y no debe ser mentira, porque ciertamente somos una forma de energía interactuada con la materia, una fusión, en presencia del agua, de la luz y el polvo de estrellas creados en el momento de la gran explosión. Es este binomio luz-polvo, energía-materia, alma y cuerpo el que nos define y sincretiza durante nuestro estadío y forma de vida terrenal.

En el momento del big-bang, que según dicen nuestros más avezados científicos supuso el principio de todo, se creó el espacio, el tiempo y la materia. Y, sobre todo, la energía, que es la base y principio común de todo cuanto existe. Infinitas formas de energía capaces de interactuar entre sí, creando el espacio, el tiempo y la materia, y de interactuar reiterada y sucesivamente con ellas en el mismo momento de su creación, generando a su vez nuevas formas y combinaciones de ellas a modo de piezas de un multiverso alojado en inconcebibles dimensiones que nuestro arcaico y primitivo cerebro ni tan siquiera puede imaginar…, salvo que recurramos a ese socorrido comodín creado por el hombre “a su imagen y semejanza” -por cuanto humaniza todo aquello que su mente no puede procesar-, al que llamamos Dios.

De esta forma, tanto el dios de los cristianos como el/los de todas las religiones sería el origen y el fin de todo, el alfa y omega de nuestras vidas terrenales, aquél que nos la dio amasando polvo y agua y que finalmente nos la arrebatará, exigiéndonos en este momento dación de cuentas por el uso que de esta “concesión administrativa" – que no propiedad – hubiéramos hecho durante ese trámite de existencia corpórea que denominamos vida. Disponemos, pues, de dos grandes incógnitas, nuestro origen alfa y nuestro final omega -de dónde venimos y, sobre todo, adónde vamos- que hemos de despejar a partir de una sola ecuación:  el conocimiento de que estamos vivos y de que, indefectiblemente, hemos de morir.  Misión a todas luces imposible para quien entienda algo de matemáticas, que no olvidemos, es la medida de todo.

Pero a muchos les cabe el “consuelo” de que siempre nos quedará la religión, que se ha erigido como la única pseudociencia que asegura conocer el misterio  de la vida y de la muerte y que ha puesto a nuestra disposición una infalible “herramienta multiusos” que en realidad no viene a constituir más que una aberración en el método matemático de sustitución: sustituir una o varias incógnitas –en nuestro caso, todas– por una premisa que en realidad no es más que otra incógnita a la que artificial y artificiosamente se puede atribuir el valor de constante que se desee, en cada momento y en cada caso, para obtener en cada caso y en cada momento los resultados que se deseen.  Se trata de la fe, bajo cuya bandera se puede dar a cualquier misterio la respuesta que convenga según los intereses de quienes la imparten. Y lo mejor de ella, su más preciada cualidad, es que cualquiera que sea la respuesta que se obtenga, ésta será siempre demostrable y demostrada por la mera aplicación del propio principio de la fe. Entramos así en un indestructible círculo vicioso que los informáticos denominan “bucle”, los juristas ”falacia” y los filósofos “sofisma”, pero que, sea como fuere, constituye una aberración del razonamiento lógico del tipo “esto es así porque lo digo yo, y lo digo yo porque esto es así”.

Y es precisamente así como la religión ha abducido nuestra existencia terrenal, obligándonos a observar un determinado modo y orden de vida so pena de ser condenado a soportar eternamente las llamas de un supuesto  infierno, un auténtico chantaje emocional cuya finalidad no es más que la de instaurar un régimen moral basado en el miedo y la de crear una necesidad, la de su propia existencia y la del acatamiento de sus normas y preceptos, como única vía para librarnos del perpetuo terror de las llamas del infierno.  Nos encontramos, una vez más, ante una nueva estrategia del tipo acción-reacción tan común en nuestros días: nos crean una alarma, riesgo, problema o necesidad para después proporcionarnos una solución que, lógicamente, es suministrada y administrada por los mismos que han creado el problema, riesgo, alarma o necesidad. La aparición de virus informáticos, plagas, pandemias y operaciones de falsa bandera obedecen a esta misma arcaica pero eficaz estrategia. En el caso de la religión, el problema se nos crea en el mismo momento del alumbramiento, cargándonos con la injusta pena de un pecado que no hemos cometido, el pecado original, para aparecer a continuación en escena la Iglesia, que gracias a Dios –y nunca mejor dicho– se ofrece como la solución a un problema que ella misma nos ha creado, postulándose como única salvadora de nuestra alma, ya sumariamente condenada en caso de muerte. Si esto  no es una operación de falsa bandera, que baje el mismísimo dios y lo vea.
   
Yo viví bajo este imperio del terror durante toda mi adolescencia, en la que los principios y preceptos del más rancio catolicismo impregnaban mis días y, sobre todo, mis noches. Me atenazaba el miedo a la muerte por cuanto ésta era la antesala del infierno. En una ocasión, uno de mis “mentores espirituales” me dijo algo que marcó unos años de mi vida: cada mañana, al despertar, había de dar gracias a Dios por haberme concedido la gracia de vivir un día más, ya que obraba en su poder el haber decidido que no hubiera habido un nuevo día para mí. Esto generó en mí entonces inmadura mente un auténtico pavor a la muerte, a acostarme una buena noche en pecado mortal y, por mor de los caprichosos designios de Dios, no amanecer al día siguiente, condenando así toda la existencia de mi alma al fuego fatuo del averno. Pero con el inicio de mis estudios universitarios, alejado ya de la perversa por opresiva influencia que en mí infundía el entorno salesiano, bajo el cual se desarrolló mi “uso de razón”, me liberé de las cadenas de la sinrazón, y me negué a aceptar la existencia de ese dios caprichoso, amenazante, chantajista, iracundo, injusto, vengativo y hasta sanguinario del Antiguo Testamento que me introdujo en vena la doctrina católica. Y, si este dios existía, desde luego no sería el mío, porque el único poso que dejó en mí la enseñanza cristiana que recibí es que dios es amor, y el amor nada tiene que ver con semejantes e inmundas actitudes tan alejadas de lo divino.
 
El amor y el cielo son a la luz como el odio y el infierno a la oscuridad. Por eso la luz, la energía pura, limpia y cristalina, es amor. Por eso Dios es energía. Por eso Dios es luz. Por eso el Universo es mi dios, y por eso, aunque no deseo mi muerte, tampoco la temo. Nacimos del universo, y al universo volveremos -Pulvis es et in pulverem reverteris, que se dice en el Génesis-,  porque de polvo de estrellas se creó la materia y la carne, y de su interactuación con las energías que pueblan el universo, el ánima y la vida. El cuerpo que muere, como el globo que explota, libera su contenido y lo devuelve al mismo lugar de donde éste provino.

Fuera, pues, miedos, chantajes y condiciones “sine qua non”, porque has de saber, hermano en la fe, que lejos de tener que someterte a juicios finales ni al veredicto de san Pedro, -y aún más lejos de ser conducido al lugar que corresponda, en función del cumplimiento durante tu paso por la tierra con una serie de preceptos establecidos al antojo y la conveniencia de unos pocos de esos iluminados, llamados “padres de la iglesia” (¿de cuál de ellas?)-, todo será bien distinto.  Cuando tu vida terrenal llegue a su fin verás sin pena alguna cómo abandonas tu cuerpo, ese ya innecesario envoltorio que te ha mantenido atrapado en un mundo tridimensional durante este fragmento de tu existencia (cual capullo de gusano en su fase de crisálida. De esto sabían mucho los cátaros albigenses)- para verte inmerso en una infinita y deslumbrante luz de una limpieza y plenitud absolutas que impregnará todo a tu alrededor, sin que puedas detectar de dónde procede. Esa potentísima y resplandeciente luz, increíblemente blanca, brillante, envolvente y de indescriptible belleza, lejos de producir ceguera ni dolor de tipo alguno, provocará en ti una agradable y placentera sensación de paz y amor, porque ese es el estado de gracia en el que la mente vive sin el cuerpo y porque ese remanso de paz y libertad, la luz del otro lado, es nuestro verdadero hogar.  Tras ello, experimentarás un paulatino proceso de comunión y fusión con ella, hasta ser una misma cosa, para iniciar un viaje, en absoluta paz y total felicidad, transformado en un ser de luz, hasta el infinito, el lugar de donde todos venimos.

Y todo lo demás, demonios con rabo y cuernos, torturadores e inquisidores, predicadores y metemiedos, confesores y perdonavidas, santos, querubines y toda la pléyade que conforman la parafernalia de la corte celestial son cuentos chinos, porque Dios no es una entidad externa a nosotros, sino que somos nosotros mismos una parte de ese principio de todo.